El corazón de las arañas
“Estoy condenado a destripar el corazón de las arañas,
a poner los dedos dentro de la caldera de una flor”
(Santiago Azar)
Vendrán con antorchas
encendidas,
poderosos caballeros de
Quevedo,
oligarcas vestidos de
cordero.
Presiento que nunca se
han ido
que son engendros de la
máquina del tiempo,
como una evocación
recurrente de los siglos.
Me los cruzaré en
cualquier esquina,
me quitarán el pan, la
calma…
Me bajarán a los
infiernos.
Y ya solo me quedará
abandonar
el camino que señalan
las estrellas,
aunque ni en sueños ni
despierto
sabré qué mal he cometido.
Después, me buscarán
como a barco en el
desierto
y escondidos en la
largura del silencio
indagarán en mi conducta
y pensamiento.
No les daré motivo ni
mansedumbre
o volverán los oscuros
tiempos
en los que las cosas
tenían dueño
y no era yo.
Ni dejaré escapar el
aliento
en el que se asienta el
origen de la belleza
y lo natural de cada
día.
Deben saber que adoro la
rutina de mi casa
y ver la primera luz del
alba.
Que alguien inventó la
libertad
y a mí me toca
preservarla.
¿De qué sirve si no esta herencia?,
¿de qué sirve, si siento
el peligro
de la noche en mis
pupilas?
Así existo: emparentado
con Platón,
con Cervantes… con la
crisis.
Con la vida.
Puede que no conozca el
escondrijo de la araña
pero tengo el plano de
la ciudad
y sus murallas.
©Pilar Fernández Bravo
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