La muchacha que soñaba con el mar
Al principio te parece lo más natural: si te encuentras un muerto en el
Retiro a las seis de la mañana, vas a la policía. Sin embargo, en comisaría
eres víctima de un atroz interrogatorio: A qué hora exacta pasaste por allí,
cómo lo encontraste, si viste a alguien más o qué hiciste la noche anterior. Y
es el colmo cuando te preguntan por la música que suena en tu mp3. ¿Qué relación tiene eso con
encontrarte un maldito muerto en el parque?
Después, te pierdes en el vacío de los subterráneos del metro. Quieres
alejarte deprisa y olvidar. Olvidar la bocaza del policía que te interrogó.
Llegar a casa no te alivia. Intentas dormir un poco en el sofá, pero no
puedes: un pitido en la cabeza te lo impide. Vas a la habitación, abres la
ventana y miras hacia abajo —vives en un séptimo—, te subes al alféizar y
respiras hasta sentir el oleaje del Sur en los poros… Cierras los ojos y
guardas esa última imagen del mar, ese vértigo de agua que no deja ver la
luz, pero aísla y protege del mundo.
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