Desde que penetré en el local, un bar de carretera sucio y alejado de la
autopista, lo supe. Me lo dijo el cojeo del aire y esa bandada de miradas
licuando pendencia. Enseguida experimenté un estado de arrepentimiento irreversible; pero no me dio tiempo a mucho más porque una ráfaga de pólvora, que salió de
detrás de la barra, viajó por el aire detenido hasta mi pecho y lo abrió de par
en par, como se abren las puertas de un toril.
Al principio pensé que tal vez,
solo tal vez, no moriría al instante, o un equipo de emergencias entraría por
la puerta de aquel antro y me salvaría la vida. Luego, caí desplomada sobre la sangre
caliente y cerré mis ojos para siempre. Y aunque había perdido la vida no ocurría
lo mismo con la consciencia, que me regalaba una última reflexión: los desvíos
matan, no volveré a tomar uno. Como si eso fuera posible.
©Pilar Fernández
Bravo
Puede que los desvíos maten a balazos, pero la autopistas mata de tedio. Que cada cual elija.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Jajaja, sí, es cierto... aunque los desvíos no matan, o, al menos, matan lo mismo que las autopistas, pero no más lejos de eso. La ficción siempre lleva algún despropósito, una vuelta de tuerca para variar.
EliminarGracias por tu comentario.
Un abrazo