Me encuentro frente a un tablero de ajedrez, donde la mitad de las piezas son de marfil y la otra mitad de perla
negra. Aún no ha empezado el juego. Me gusta ver todas las piezas en su casilla
de salida. Quietas. El orden me apacigua.
Empieza la partida. Una mano mueve la primera ficha y algo hace crac en mi cabeza. El rey, la reina, los
caballos y todos los demás se mueven y parecen enfrentados... Entonces el
tablero se convierte en un campo de batalla y yo me pierdo en una selva de
baldosas infinitas. Por un momento me doy cuenta de que a mi universo lo
sostiene un hilo. Pero luego, doctor, lo olvido.
—¿Qué loco reconoce su locura? El médico soy yo y le puedo asegurar que
ningún loco lo hace.
—Sí, pero ¿qué loco dice la verdad? Yo le estoy contando la verdad. Tengo
muchos momentos lúcidos en los que me acuerdo de todo. No estoy loco, doctor.
—Le pido que acabe de contarme lo que pasó. Lo está haciendo muy bien.
La partida está a punto de terminar. Yo ya he vislumbrado la jugada
ganadora. Saco del bolsillo de mi chaqueta una jeringa llena de cianuro. Me
acerco al ganador y me coloco detrás de él. Cuando levanta la mano para mover
la última pieza, le atravieso la espalda con la aguja y vacío el veneno a
través de su camisa. Da jaque mate mientras se desploma sobre la mesa. Este es
el momento más sublime del ajedrez. Una escena inolvidable.
—No me diga, doctor, que no acabo de darle un bocado a su exquisita
cordura.
©Pilar Fernández Bravo
El ajedrez es algo que me encanta. Por eso me ha llamado la atención tu relato. Está muy bien. Pero sobre todo lo que más me gusta de tu blog, son las imágenes de portada. Son estupendas.
ResponderEliminarUn saludo.
Espero que, a pesar de mi loco del ajedrez, te siga encantando el ajedrez. Jaja.
EliminarMe gusta que me digas lo de las imágenes de la portada, porque las elijo con cuidado. Siempre busco las que me aportan una mirada distinta, y además son mías. Cuando no las tomo yo, pongo el nombre del autor.
Saludos