Un hombre permanece tendido en una parihuela, con los ojos abiertos a
pesar de estar muerto. Se halla en una escuela oscura y maloliente, perdida en
un pueblo de la selva boliviana, llamado La Higuera. El que lo había acompañado
la noche anterior en la espesura, cerca de la Quebrada del Yuro, sale a la
puerta de la escuela y da de señas a dos tipos para que entren. Después, uno de
ellos saca de dentro de su tabardo un serrucho pequeño, se acerca a la
parihuela y sierra las manos al cadáver.
Una hora más tarde, los soldados que custodian la escuela entran y
verifican la mutilación. En ese momento comprenden que tienen un grave problema
y deben actuar con rapidez: unos forenses argentinos llegarán al día siguiente
para corroborar mediante pruebas dactilares la muerte de ese hombre que, antes
de ser acribillado a balazos, identificaran como el Che. Por eso hacen correr el
cuento de que las manos están guardadas como una reliquia en Cuba, o ellos
mismos lo piensan, buscando una
explicación a lo ocurrido.
Pero la verdad está escondida en lo más profundo de la selva del Yuro, en
una casita de adobe donde, sentados a la mesa, una mujer y sus dos hijos esperan
a Gabriel Guchacano, del que todos dicen que es el doble de Ernesto Che
Guevara.
© Pilar Fernández Bravo